El 18 de Julio de 1936 en Arcos por Manuel Temblador López en sus memorias"Recuerdos de un libertario andaluz", páginas-24-26.
"En esta situación
de desespero, de efervescencia revolucionaria, se encontraba la clase obrera
agrícola de Jerez y de Arcos de la Frontera, y de toda España, cuando tuvo
lugar el alzamiento militar fascista que provocó la guerra civil en todo el
territorio español, cuyas víctimas son aún incalculables. Pero como estos apuntes
históricos los circunscribo solamente a lo pasado en el pueblo donde nací,
trabajé y luché por mis derechos de asalariado y dignidad de hombre, hasta la edad de 25 años en que
salí del mismo antes de ser prendido y fusilado por las hordas falangistas que
se apoderaron del pueblo a los pocos días de la sublevación, no me ocupo de los
hechos que en sentido general afectaron a toda España. No han faltado
historiadores y habrá otros todavía que los narrarán con más capacidad y
brillantez que yo podría hacerlo. Tan sólo aspiro a continuar la mía, por demás
modesta y reducida.
En aquellos
trágicos días yo me encontraba extremadamente fatigado y enfermo. Puedo decir
que hacía meses que desplegaba una actividad superior a mi fuerza física.
Además que no descansaba día ni noche en ocupaciones que afectaban a nuestro
Sindicato de campesinos, no me alimentaba debidamente porque no había en casa
con qué. Muchos días entraba en mi estómago un trozo de pan y un poco de café
sin leche. Y, algunas veces, ni eso siquiera. Pero, no por ello dejaba de
realizar los trabajos que como secretario tenía la obligación de efectuar lo
más pronto y lo mejor que estuviera de mí una debilidad que, de no poner
remedio, podría tener graves consecuencias. Pero era tanto mi anhelo de lucha,
las trágicas circunstancias tan propicias a proseguirla sin descanso ni temor
al peligro, que no podía abandonar el combate, pues creía que de éste dependía
la libertad y existencia de todos los de mi clase asalariada. Si queríamos un
día llegar a vivir dignamente, sólo luchando, haciendo frente con decisión y
coraje a la situación, podríamos conseguirlo.
Sin embargo, cada
día me era más difícil continuar sacando fuerzas de flaqueza. La fiebre me
consumía. Me dolía el costado derecho y sentía cierta dificultad en respirar.
Las fuerzas me faltaban. No podría ni estar de pie, por lo que tuve que guardar
cama. Cuando los moros y regulares venidos de Marruecos entraron en el pueblo
sin disparar un tiro, los fascistas del mismo, que a ninguno habíamos molestado,
comenzaron en seguida a detener obreros y asesinarlos por grupos al borde de
caminos o carreteras. Como sabía que harían igual conmigo si continuaba en
casa, vacilante y con el afán de encontrar un lugar más seguro donde
esconderme, salí del pueblo por la noche y me refugié en un campo plantado de
olivos, que un hermano de mi padre llevaba en explotación, el cual, al verme en
su finca, fue presa de pánico, muy comprensible, si tenemos en cuenta el terror
que los falangistas venían sembrando en los hogares de los que se habían
significado en los partidos políticos u organizaciones obreras como era mi
caso.7
Mi tío no pudo
disimular el miedo que le produjo mi presencia en aquel paraje, donde él y su
familia habitaban. Sabía que los fascistas me buscaban y de descubrirme en su
casa seguramente ejercerían ambién represalias contra él, como la venían
ejerciendo con muchos inocentes que nunca participaron en actividades políticas
ni sindicales, víctimas de acusaciones gratuitas de alguien que les tenía mala
voluntad por motivos o pretextos ajenos a la política, pero que aprovechaba la
triste ocasión para vengarse de ellos criminalmente. Dándome cuenta del estado
de inquietud en que quedó sumido mi tío, dos noches después de haber salido del
mismo volví de nuevo al pueblo, encontrando refugio esta vez en casa de los
padres de la novia de uno de mis hermanos. En ella permanecí oculto más de un
mes, esperando cada día que los falangistas llegaran a descubrir mi escondite e
hicieran conmigo lo que ya habían hecho con muchos conocidos míos: sacarlos por
la fuerza de sus casas y asesinarlos salvajemente en las paredes del cementerio
o en otros lugares cercanos al pueblo. Alguien de confianza que sabía dónde me
hallaba y que no despertaba sospechas por parte de los fascistas, me informaba
de cuanto éstos hacían a diario, en especial de las detenciones y asesinatos
que perpetraban cobardemente. Desde mi escondite de vez en cuando escuchaba
pasar por la calle grupos de jóvenes falangistas vociferando: «Cara al Sol con
la camisa nueva…»
Aquellos
energúmenos la iban estrenando. Seguramente también habían estrenado entonces
sus siniestras pistolas en los cuerpos indefensos de algunos desgraciados del
pueblo. Todos los días el «camión de los muertos» transportaba al cementerio
los cadáveres, algunos mutilados, de hombres que de mañana se encontraban en
las cunetas de las carreteras, donde habían sido asesinados la noche antes.
Muchos de ellos eran compañeros y amigos míos. Los falangistas que cantaban por
las calles «Cara al Sol, con la camisa nueva…», dos días antes de la rebelión
militar no se habrían atrevido a ponérsela ni a cantar su lucimiento cara a
alguien del pueblo; que así eran de cobardes. Se dieron a conocer después de
que los moros y los regulares habían invadido el pueblo; una vez que tuvieron
la seguridad de que sus crímenes quedarían impunes. Yo me sentía deprimido,
angustiado. No comía ni dormía. La fiebre me extenuaba. Sudaba sin cesar. Mi
alma se hallaba abrumada por el dolor que me producía el drama de violencia ciega
que en mi pueblo y en todos los pueblos de España se desarrollaba. Era
incomprensible que en una ciudad como la de Arcos, por demás pacífica, donde
antes del alzamiento a nadie de las derechas se molestó, que no se hizo
resistencia alguna al falangismo triunfante, éste se ensañara con muchos de sus
hijos tan criminalmente. Su crueldad fue tanta que no llegó a saciar sus malos
instintos hasta con pobres e inocentes mujeres, sometiéndolas al repugnante
suplicio del purgante, haciéndoles beber a la fuerza un gran vaso de aceite de
ricino. Después les cortaban el cabello a rape y las paseaban con la cabeza
pelada y descubierta por las calles principales del pueblo, sirviendo de
diversión a la chusma falangista.
Una de las muchas
que sufrieron esa inhumana prueba fue la joven con la que yo tenía relación
amorosa. Tal vez por eso se vengaron en su persona con más crueldad, por el
despecho que sentían al no encontrarme. Porque la muchacha, pese a nuestra
relación, no se había inmiscuido en asuntos políticos ni sindicales. Este
canallesco hecho, típicamente mussoliniano, pronto corrió por el pueblo y llegó
a mis oídos por el mismo conducto informativo por el que me llegaban otras
noticias. Al saber cómo los falangistas habían procedido con mi prometida, fue
tanta mi indignación que mi estado empeoró. Mi abatimiento era cada día mayor,
metido en un escondite tan reducido y con tan poca ventilación, que apena podía
respirar. Me sentía enfermo pero no sabía de qué. Ningún médico podía visitarme
ni diagnosticar el mal que padecía. Pero dados los síntomas que en mi estado yo
mismo notaba, no me cabía duda que sufría una afección pulmonar, generada por
el mucho trabajo y la falta de nutrición. Tal vez tuviera otro origen; aun
cuando la bebida y el tabaco no podían debilitarme a ese extremo, ya que no
fumaba ni bebía. Lo teníamos como premisa los jóvenes de mi generación que en
Arcos pertenecíamos a las Juventudes Libertarias, y la observábamos
rigurosamente. Nuestra formación moral estaba basada en los principios de la escuela
racionalista y detestábamos todo lo que considerábamos un vicio."