miércoles, 18 de julio de 2018

18 de Julio 1936 en la Memorias de Manuel Temblador


El 18 de Julio de 1936 en Arcos por Manuel Temblador López en sus memorias"Recuerdos de un libertario andaluz", páginas-24-26.   

"En esta situación de desespero, de efervescencia revolucionaria, se encontraba la clase obrera agrícola de Jerez y de Arcos de la Frontera, y de toda España, cuando tuvo lugar el alzamiento militar fascista que provocó la guerra civil en todo el territorio español, cuyas víctimas son aún incalculables. Pero como estos apuntes históricos los circunscribo solamente a lo pasado en el pueblo donde nací, trabajé y luché por mis derechos de asalariado y dignidad  de hombre, hasta la edad de 25 años en que salí del mismo antes de ser prendido y fusilado por las hordas falangistas que se apoderaron del pueblo a los pocos días de la sublevación, no me ocupo de los hechos que en sentido general afectaron a toda España. No han faltado historiadores y habrá otros todavía que los narrarán con más capacidad y brillantez que yo podría hacerlo. Tan sólo aspiro a continuar la mía, por demás modesta y reducida.

          En aquellos trágicos días yo me encontraba extremadamente fatigado y enfermo. Puedo decir que hacía meses que desplegaba una actividad superior a mi fuerza física. Además que no descansaba día ni noche en ocupaciones que afectaban a nuestro Sindicato de campesinos, no me alimentaba debidamente porque no había en casa con qué. Muchos días entraba en mi estómago un trozo de pan y un poco de café sin leche. Y, algunas veces, ni eso siquiera. Pero, no por ello dejaba de realizar los trabajos que como secretario tenía la obligación de efectuar lo más pronto y lo mejor que estuviera de mí una debilidad que, de no poner remedio, podría tener graves consecuencias. Pero era tanto mi anhelo de lucha, las trágicas circunstancias tan propicias a proseguirla sin descanso ni temor al peligro, que no podía abandonar el combate, pues creía que de éste dependía la libertad y existencia de todos los de mi clase asalariada. Si queríamos un día llegar a vivir dignamente, sólo luchando, haciendo frente con decisión y coraje a la situación, podríamos conseguirlo.

      Sin embargo, cada día me era más difícil continuar sacando fuerzas de flaqueza. La fiebre me consumía. Me dolía el costado derecho y sentía cierta dificultad en respirar. Las fuerzas me faltaban. No podría ni estar de pie, por lo que tuve que guardar cama. Cuando los moros y regulares venidos de Marruecos entraron en el pueblo sin disparar un tiro, los fascistas del mismo, que a ninguno habíamos molestado, comenzaron en seguida a detener obreros y asesinarlos por grupos al borde de caminos o carreteras. Como sabía que harían igual conmigo si continuaba en casa, vacilante y con el afán de encontrar un lugar más seguro donde esconderme, salí del pueblo por la noche y me refugié en un campo plantado de olivos, que un hermano de mi padre llevaba en explotación, el cual, al verme en su finca, fue presa de pánico, muy comprensible, si tenemos en cuenta el terror que los falangistas venían sembrando en los hogares de los que se habían significado en los partidos políticos u organizaciones obreras como era mi caso.7

         Mi tío no pudo disimular el miedo que le produjo mi presencia en aquel paraje, donde él y su familia habitaban. Sabía que los fascistas me buscaban y de descubrirme en su casa seguramente ejercerían ambién represalias contra él, como la venían ejerciendo con muchos inocentes que nunca participaron en actividades políticas ni sindicales, víctimas de acusaciones gratuitas de alguien que les tenía mala voluntad por motivos o pretextos ajenos a la política, pero que aprovechaba la triste ocasión para vengarse de ellos criminalmente. Dándome cuenta del estado de inquietud en que quedó sumido mi tío, dos noches después de haber salido del mismo volví de nuevo al pueblo, encontrando refugio esta vez en casa de los padres de la novia de uno de mis hermanos. En ella permanecí oculto más de un mes, esperando cada día que los falangistas llegaran a descubrir mi escondite e hicieran conmigo lo que ya habían hecho con muchos conocidos míos: sacarlos por la fuerza de sus casas y asesinarlos salvajemente en las paredes del cementerio o en otros lugares cercanos al pueblo. Alguien de confianza que sabía dónde me hallaba y que no despertaba sospechas por parte de los fascistas, me informaba de cuanto éstos hacían a diario, en especial de las detenciones y asesinatos que perpetraban cobardemente. Desde mi escondite de vez en cuando escuchaba pasar por la calle grupos de jóvenes falangistas vociferando: «Cara al Sol con la camisa nueva…»

          Aquellos energúmenos la iban estrenando. Seguramente también habían estrenado entonces sus siniestras pistolas en los cuerpos indefensos de algunos desgraciados del pueblo. Todos los días el «camión de los muertos» transportaba al cementerio los cadáveres, algunos mutilados, de hombres que de mañana se encontraban en las cunetas de las carreteras, donde habían sido asesinados la noche antes. Muchos de ellos eran compañeros y amigos míos. Los falangistas que cantaban por las calles «Cara al Sol, con la camisa nueva…», dos días antes de la rebelión militar no se habrían atrevido a ponérsela ni a cantar su lucimiento cara a alguien del pueblo; que así eran de cobardes. Se dieron a conocer después de que los moros y los regulares habían invadido el pueblo; una vez que tuvieron la seguridad de que sus crímenes quedarían impunes. Yo me sentía deprimido, angustiado. No comía ni dormía. La fiebre me extenuaba. Sudaba sin cesar. Mi alma se hallaba abrumada por el dolor que me producía el drama de violencia ciega que en mi pueblo y en todos los pueblos de España se desarrollaba. Era incomprensible que en una ciudad como la de Arcos, por demás pacífica, donde antes del alzamiento a nadie de las derechas se molestó, que no se hizo resistencia alguna al falangismo triunfante, éste se ensañara con muchos de sus hijos tan criminalmente. Su crueldad fue tanta que no llegó a saciar sus malos instintos hasta con pobres e inocentes mujeres, sometiéndolas al repugnante suplicio del purgante, haciéndoles beber a la fuerza un gran vaso de aceite de ricino. Después les cortaban el cabello a rape y las paseaban con la cabeza pelada y descubierta por las calles principales del pueblo, sirviendo de diversión a la chusma falangista.

         Una de las muchas que sufrieron esa inhumana prueba fue la joven con la que yo tenía relación amorosa. Tal vez por eso se vengaron en su persona con más crueldad, por el despecho que sentían al no encontrarme. Porque la muchacha, pese a nuestra relación, no se había inmiscuido en asuntos políticos ni sindicales. Este canallesco hecho, típicamente mussoliniano, pronto corrió por el pueblo y llegó a mis oídos por el mismo conducto informativo por el que me llegaban otras noticias. Al saber cómo los falangistas habían procedido con mi prometida, fue tanta mi indignación que mi estado empeoró. Mi abatimiento era cada día mayor, metido en un escondite tan reducido y con tan poca ventilación, que apena podía respirar. Me sentía enfermo pero no sabía de qué. Ningún médico podía visitarme ni diagnosticar el mal que padecía. Pero dados los síntomas que en mi estado yo mismo notaba, no me cabía duda que sufría una afección pulmonar, generada por el mucho trabajo y la falta de nutrición. Tal vez tuviera otro origen; aun cuando la bebida y el tabaco no podían debilitarme a ese extremo, ya que no fumaba ni bebía. Lo teníamos como premisa los jóvenes de mi generación que en Arcos pertenecíamos a las Juventudes Libertarias, y la observábamos rigurosamente. Nuestra formación moral estaba basada en los principios de la escuela racionalista y detestábamos todo lo que considerábamos un vicio."

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